sábado, 13 de julio de 2013

DURO DE MATAR UN BUEN DÍA PARA MORIR de John Moore

Título original: A Good Day to Die Hard
Año: 2013
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: John Moore
Guión: Skip Woods
Música: Marco Beltrami
Fotografía: Jonathan Sela
Reparto: Bruce Willis, Jai Courtney, Sebastian Koch, Mary Elizabeth Winstead, Julia Snigir, Amaury Nolasco, Megalyn Echikunwoke, Cole Hauser, Anne Vyalitsyna, Yuliya Snigir, Melissa Tang, Pasha D. Lychnikoff, Radivoje Bukvic, Sergei Kolesnikov
Productora: 20th Century Fox / Dune Entertainment / Origo Film Group y Pictures / Atlas Entertainment
Género: Acción



Lejos, pero muy lejanos han quedado los días en que aquel icónico personaje llamado John McClane hiciera explotar la ya mítica torre Nakatomi en el centro de la ciudad de Los Ángeles en aras de salvaguardar la integridad de decenas de personas (incluida su esposa) que cayeron presas del malvado terrorista Hans Gruber (un magnifico e insuperable Alan Rickman quien interpreta a uno de los mejores villanos de la historia del cine) y se presentara como ese personaje que diera una maravillosa vuelta de tuerca al arquetipo del héroe de acción de aquella crepuscular década de los ochentas, en donde tipos como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger eran los estandartes del epitome testosterónico y vertían la ideología norteamericana en sus diversas cintas. Y es que el mencionado John McClane quien tomo vida gracias a la fresca interpretación de un medianamente conocido Bruce Willis (quien por ese entonces aún gozaba de una visible cabellera), el cual tuvo el tino de proveer al personaje de gran carisma y rasgos psicológicos, todo gracias a la implementación de un humor en demasía socarrón y sobre todo una férrea voluntad ante las adversidades que se le presentaban. 

Más sin embargo el aspecto tal vez más característico del detective John McClane es que este era un sujeto común y corriente físicamente, sin músculos desarrollados en toda su humanidad, motivo por lo cual la empatía para con el respetable era casi automática (y pensar que John McTiernan quería a Schwarzenegger para el papel central), al tiempo que dicho personaje no buscaba ser un héroe si no que las circunstancias lo obligan a tomar decisiones extremas al encontrarse en el momento equivocado en el lugar equivocado, por lo cual sus motivaciones eran realmente legítimas, al más puro estilo del cine de  los héroes del western americano (de ahí el guiño que se hace en una escena del film donde Hans Gruber lo compara con John Wayne). Es por estos motivos que su servidor considera que Duro de Matar (McTiernan, 1988) es una de las cintas de acción más importantes de la historia del cine,  gracias a que todos los elementos que en ella se conjugaron en el momento correcto como un protagonista a la altura, un guión bien estructurado y por supuesto la dirección de un director experimentado dieron como resultado una exquisita cinta de género. 


Por supuesto esto la mayoría del público cinéfilo ya lo sabe, sin embargo dicho preámbulo histórico (por llamarlo de algún modo) sirve como punto de referencia para comparar la última entrega de nuestro incansable héroe, y es que cuando se decide hacer una saga es inevitable no compararla con su fuente original, puesto que cada cinta representa un capítulo en la naturaleza del protagónico, motivo por lo cual este debe transformase, evolucionar o simplemente perecer; y debo decir para desgracia de los que somos seguidores del duro detective neoyorkino que esta quinta entrega es el final de la carrera del mismo, pues en esta entrega se ha perdido la frescura que lo caracterizara en un inicio (y eso que desde la segunda parte ya se notaba un poco la rutina). Pues bueno John McClane (Bruce Willis casi en automático) en esta quinta entrega decide viajar a Rusia, ¿el motivo?, se ha enterado que su hijo Jack (Jai Courtney sin transmitir ninguna emoción en su plana actuación) al cual no ha visto en años y considera un vago, ha sido encarcelado en una prisión del país europeo cuando es culpado de intento de asesinato.

Total que John McClane viaja para tratar de ayudar a su hijo y descubrir que es lo que está pasando, y ¡oh sorpresa! nos encontramos con que Jack es un agente encubierto del FBI que se ha infiltrado en la mafia rusa para tratar de rescatar a un importante capo llamado Komarov (Sebastian Koch) con el objeto de transferirlo a Los Estados Unidos para que este de cierta información de utilidad para ser usada contra los enemigos del país de las barras y las estrellas. Y como suele suceder, ya sea por la naturaleza del personaje de John McClane de estar siempre en los lugares equivocados en los momentos menos afortunados o simplemente porque el arbitrario y nada original guión de Skip Woods que vuelve a reciclar la premisa original sin demasiado encanto lo sitúa en estos aprietos, por lo cual nuestro héroe ahora se verá en medio (en compañía de su hijo claro) de una crisis mundial en donde las destrucciones a gran escala (autos volando por las calles del centro de Moscú, ¡por Dios!) e infinidad de explosiones (por qué entre más mejor ¿no?) serán la constante en esta absurda cinta, en donde los rasgos que hicieron encantador al personaje hace ya más de dos décadas han quedado borradas para despojar de total personalidad al mismo.

Y es que su servidor quien disfruta el cine de género (horror o acción desde su más lograda representación hasta su más cutre expresión) ve con tristeza como uno de los personajes más icónicos ya no del cine, si no de la cultura pop es rebajado a niveles penosos en aras de sacar simple y llana pasta, y es que este John McClane del siglo XXI se percibe completamente anacrónico, sus motivaciones (si las hay) ya no encajan en un mundo donde los conflictos mundiales los resolvían tipos duros con frases sarcásticas (ni eso puede hacer McClane en esta nueva entrega y su frase “estoy de vacaciones” resulta castrante cada 10 minutos) y puñetazos. Y es que el principal problema de la cinta de Moore no es su dirección (el filme está bien fotografiado, las secuencias de acción se dejan ver y la narración aunque plana avanza con fluidez), si no el tono serio que se le quiere dar a la historia, y es que cuando uno ve como un tipo de 58 años de edad sale ileso y sin ningún tipo de heridas cuando salta de un helicóptero en movimiento y en plena explosión, algo no anda bien. 

Y no me mal interpreten pues si bien el filme de Len Wiseman (2007) contaba con infinidad de exageradas escenas de acción, como las de las patrullas que se estrellan en un helicóptero y la descabellada secuencia final que involucraba un tráiler y un avión caza por lo menos resultaban jocosas, pues se notaba que Wiseman no se tomaba el asunto demasiado en serio, de ahí que incluso la versión 4.0 de Duro de Matar resulte más disfrutable que esta Un Buen Día para Morir. Así mismo la química que había entre Willis y Justin Long encajaba perfectamente y el segundo se convertía en un sidekick bastante pasable, empero ahora la interacción entre un Bruce bastante apático (extrañamente si se embolsaría buen dinero) y su contraparte juvenil Jai Courtney, se percibe  totalmente forzada sin química entre ambos, y si a eso aunamos que la supuesta exploración de la relación paterno filial del primero para dotarlo de pathos apenas se esboza, pues encontramos una patética representación psicológica en los personajes.

Por lo demás todo es rutinario, los McClane siguen pistas y se enfrentan contra los rusos malos, salen ilesos, van a otro punto del gélido país hasta llegar con el malo de la función, un villano bastante descafeinado por cierto, todo enmarcado  en un tercer acto que cierra de manera estruendosa y patética el film, eso si todo escenificado en un  atípico lugar como lo es la ciudad de Chernobyl (para acrecentar más el anacronismo de la historia), secuencia de helicóptero incluida y explosiones al por mayor, y el ya gastado yippi kay yay mother fucker!!! Frase que ahora se siente bastante gastada y sin gracia. Pues bien ¿qué más puedo decir de esta fallida cinta? Pues que no gaste su tiempo viendo semejante aberración y mejor vuelva a visionar la original para borrar el penoso recuerdo que representan las últimas encarnaciones de tan querido personaje, o así como su servidor aplique el lavado de cerebro y considere esta secuela como esa versión de un universo bizarro que coexiste en una dimensión paralela.
 

Tal vez tenía razón el personaje de Rasha Bukvic (mano derecha de Komarov) cuando les dice a los McClane que lo que odia de los americanos es todo, tal vez ese todo incluye hacer películas con el más mínimo sentido común pensando que la gente se va a tragar cualquier mierda mientras salgan actores de renombre o la mentada cinta contenga el título de una franquicia exitosa. Si esta no era la intención de dicho dialogo pues mejor aún por que el humor negro involuntario quedo como anillo al dedo.